Por Leslie Tucno
Es el mes de los museos y si tuviera que escoger alguno, definitivamente sería el Museo Convento San Francisco y Catacumbas; no solo por su historia y su valor patrimonial, sino también por el vínculo que he construido con ese lugar a lo largo de mi vida.
¿Has ido al Museo San Francisco? Quizás sí, pero no lo recuerdas por ese nombre o tal vez lo confundas con el Museo de la Santa Inquisición; pero les daré una pista: “catacumbas”, ahora el recuerdo de este lugar podría ser instantáneo.
Este fue uno de los primeros museos que visité gracias a las salidas escolares, pero lo conocí desde muy pequeña, debido a que esta iglesia formó parte de la ruta familiar durante el recorrido de Semana Santa -jamás pensé que en algún momento de mi vida podría convertirse en un espacio de trabajo y aprendizaje significativo para mi-.
Cuando visitaba el museo, casi siempre era con ojos de turista; sin embargo, a mis 19 años me acerqué más a su colección a través de un programa de voluntariado de Inventario y Catalogación de las piezas artísticas que alberga dicho lugar. Poder entrar a los talleres de conservación y buscar por todo el convento las obras de arte, me pareció una de las experiencias más alucinantes y sacadas de alguna película que pude tener. ¡Cada cajón o puerta escondía alguna obra o material digno de admirar!
A pesar de estar emocionada con la experiencia, el camino me llevó por otras inquietudes e interrogantes: ¿Por qué yo puedo disfrutar de estos espacios y otros no? ¿Por qué somos algunes, bastante pocos, quienes creemos importante y reconocemos el valor en su complejidad de este patrimonio? ¿Cómo pueden acercarse estos objetos a nuestra vida cotidiana?
Preocuparme por el visitante con la misma intensidad con la que trataba a las obras de arte; así como el vínculo que deberíamos tener les profesionales y la institución, me llevó a mi primera experiencia de arte educación. Inspirada por el trabajo que realizaba en un voluntariado sobre creaciones de maletas didácticas en el Museo Andrés del Castillo, decidí realizar una actividad en el Museo Convento San Francisco que estuviera dirigida a niñes entre los 9 y 12 años. Estas fueron dos acciones sencillas con los siguientes objetivos:
Conocer, a través de la elaboración de un fraile de papel, los valores y el carisma franciscano.
Reconocer, a través de un rompecabezas de la portada del Conjunto Monumental, la importancia de cuidar nuestro patrimonio.
Foto: Experiencia pedagógica en el Museo Convento San Francisco, 2013
Tras esta experiencia, las personas que salían del museo con sus hijes me preguntaban más sobre la historia; así como los costos y fechas para otro taller, con pena les comentaba que era un proyecto de un día, ya que el museo estaba en proceso de restauración: empezaban a conocer su colección y aún no consideraban oportuno algún proyecto educativo. Esta actividad no se volvió a replicar y, al culminar el voluntariado, tomé otros caminos relacionados con la educación y los museos. Sinceramente, no creí volver al museo; es decir, no a trabajar.
En febrero del 2016, recibí una llamada invitándome a participar nuevamente en un proyecto para el Museo Convento San Francisco -fue una de esas llamadas que no esperas, pero que llenan tu corazón de alegría-
Con el paso de los años el museo había culminado el inventario y catalogación de todas las piezas, además, el proceso de restauración estaba muy avanzado y dentro del plan de acción tocaba realizar una nueva museografía con interés de iniciar un trabajo pedagógico con el público. Ingresé para apoyar esta implementación, aunque al poco tiempo me dieron la oportunidad de presentar un proyecto educativo para el museo; así que lo tomé de la mejor manera y con mucha responsabilidad. Me detuve a pensar y a observar: ¿Qué diferencias podrían existir en un museo religioso y un museo de otra categoría? ¿Cuál era mi público? ¿Qué esperaban?
Luego de muchas reflexiones, decidí que toda actividad que realice no solo debía generar conexión con la historia del museo, sino también con el carisma franciscano y su comunidad. Asimismo, noté la confusión con otros museos y que un gran número de visitantes llegaba sólo por las Catacumbas, espacio que veían como un lugar turístico sin mayor vínculo con su patrimonio o su historia.
Foto: Taller “Soy un Fraile Franciscano” en la Feria de Museos del 2018. Visita mediada por el museo a cargo del fray Adrián
Fueron casi dos años de actividades educativas y programas diseñados con el fin de conocer las tradiciones católicas que hasta la actualidad perduran, que se conectaran con el patrimonio virreinal, con el carisma y el estilo de vida de los franciscanos. Sin un afán de evangelización, se propiciaba conectar con el franciscanismo, su historia y su legado. Se hicieron recorridos a las torres que culminaron con el puchero (famosa sopa franciscana), las visitas por los talleres de conservación y restauración con los docentes, el programa de verano Guardianes del Patrimonio dirigido a niñes y adolescentes, los cursos para profesionales cuyo objetivo era estudiar el patrimonio de San Francisco y profundizar en el patrimonio virreinal, los conciertos de música y las obras de teatro siempre estuvieron orientadas a volver el museo un espacio vivo.
Foto: Visita de docentes al Museo Convento San Francisco. Cierre de Escuela de Verano “Guardianes del Patrimonio”, 2019
Entregue mucho amor a este proyecto, el cual llamé “MuseoEduca”. Me permitió conocer personas increíbles de todas las edades y de diversas profesiones, sumado a ello, trabajar con la comunidad franciscana me hizo ver la vida de otra manera. Agradezco infinitamente la oportunidad y anhelo de todo corazón que más personas la tengan, pues mi objetivo era aportar de manera positiva al Museo y las personas que fueron parte de este proyecto.
Estoy segura que regresaré, mi corazón me lo dice. Y tú, ¿con qué museo sientes esa conexión?