Por Drusila Yamunaqué
Hace poco más de un año, 15 de marzo de 2020, se declaraba en el Perú el estado de emergencia y con ello la cuarentena obligatoria dispuesta por el gobierno. Recuerdo esta fecha porque marcó un antes y un después en mi vida junto a la de millones de peruanes. La pandemia del COVID-19 evidenció no solo nuestras falencias estructurales como estado y sociedad, también nos planteó retos personales y profesionales. Desde aquel primer momento de esa “nueva normalidad” recuerdo un término que no entendía en su real dimensión, “aislamiento social obligatorio” me sonaba a un periodo corto de descanso médico, a trabajar desde mi casa sin distracciones, a tener más tiempo para leer, hacer ejercicios, ver series, etc.
Nada de aquello ocurrió, sino todo lo contrario: mayor carga y presión laboral sin respetar los días y las horas de descanso, y la ausencia física de las personas con quienes compartía mis cariños, alegrías y frustraciones.
En este nuevo contexto, donde la virtualidad suplió a la presencialidad, un grupo de compañeras -hermanas- trabajadoras de la cultura, en su mayoría arteducadoras, empezamos a reunirnos para reflexionar y debatir sobre los problemas y aciertos del sector cultural y educativo peruano (tan golpeado económica y socialmente por la crisis que la pandemia generó), del futuro del arte-educación y las diversas violencias que hemos sido expuestas en nuestros espacios laborales y personales.
Captura de reunión: registro realista
Es así como un 15 de abril, decidimos conectarnos y acompañarnos todos los viernes en este contexto de pandemia. Recuerdo mi primera reunión, nos cobijamos en nuestras inseguridades, el futuro se volvía más incierto, las áreas de educación de los espacios culturales, se encontraban entre las más golpeadas, evidenciando la fragilidad del respaldo institucional, equipos educativos completos fueron despedidos y desmembrados en museos y centros culturales.
El discurso sobre la acción educativa y su rol transformador sonaba vacío en la boca de aquelles que dirigían espacios culturales.
Un par de meses después de iniciar estos encuentros decidimos lanzar un comunicado y firmarlo como la Colectiva Independiente de Arte Educadoras de Museos y Espacios Culturales, habíamos nacido ☺
El proceso durante los meses siguientes nos fue formando y cohesionando, cada noche de viernes nos encontrábamos, debatíamos y nos apapachábamos, más hermanas y compañeras se fueron sumando, descubrimos el poder inmenso de la sororidad, lo vital de crear un espacio seguro donde nuestras voces e ideas no sean subvaloradas e ignoradas, un lugar libre de agresiones invisibles y violencias encubiertas, un lugar donde descubrirnos como mujeres resilientes y feministas, un lugar donde accionar y pensar colectivamente.
Captura de taller interno La purga sobre violencia machista de nuestro sector
Sostener el proceso no ha sido tarea fácil. Somos una colectiva autogestionada e independiente, y estamos orgullosas de cada paso dado; los artículos publicados en nuestro blog Habla La Colectiva, la emisión de cada programa de podcast, las alianzas y participaciones con otras colectivas peruanas y latinoamericanas, así como nuestras transmisiones vía streaming dan cuenta de que estamos en el camino correcto.
Este 15 de abril de 2021 cumplimos un año en esta hermosa trinchera.
Personalmente agradezco tener un espacio donde albergar mi sentir con empatía, y aunque, como dice una compañera “A veces nos perdemos en la pachocha”, estamos convencidas que este proyecto seguirá floreciendo; aún hay mucho que confrontar y transformar en este sistema colonial y patriarcal que nos presiona diariamente, en nuestros espacios públicos y personales. Agradecemos, también, el cariño y apertura con el que este proyecto fue acogido, seguiremos compartiendo y creando lazos comunitarios con el sector cultural/educativo, reivindicando nuestro aporte como mujeres y alzando la voz con amor sororo y rebeldía.
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